A LAS COSAS POR SU NOMBRE: AL DESESTABILIZAR LAS INSTITUCIÓNES DEMOCRÁTICAS, ACASO LA IGLESIA NO HACE "TRAICIÓN A LA PATRIA"?
ArgAtea: Como ciudadano se puede o no coincidir con un gobierno, pero abusar de una posición privilegiada, desde dentro del propio Estado para desestabilizar un gobierno democráticamente elegido, es "traición a la patria" no dejar que el pueblo vivay decida su propia experiencia democrática. Tal parece que ciertas leyes favorecen a estos grupos enquistados en nuestra sociedad, para no permitirnos vivir nuestra experiencia ciudadana.
TODOS SOMOS CIUDADANOS PERO NO TODOS SOMOS DE LA IGLESIA CATÓLICA
QUE HAY DETRAS DE LA PELEA: UN CONFLICTO POLITICO QUE LLEGO A SU MAXIMA TENSION
La Iglesia insistirá en un rol crítico hacia Kirchner
La última semana hubo acusaciones cruzadas muy fuertes. Pero es sólo el principio. Los obispos están decididos a mostrar con gestos su disconformismo con Kirchner. Temen que avance en un proyecto hegemónico. Y el Presidente está seguro de que el cardenal Bergoglio articula acciones opositoras.
Sergio Rubín
La Iglesia decidió presentarle batalla a Néstor Kirchner. La estrategia combativa está en marcha y Kirchner lo sabe. Ya no serán sólo declaraciones críticas, sino también gestos que evidencien el cuestionamiento al estilo presidencial confrontativo, a su recurrente cuestionamiento al pasado y, perciben, a sus tendencias hegemónicas.
En ese esquema se comprende la última crisis pública entre la Iglesia y el Presidente. Una crisis que se inició con la oposición de los clérigos de Misiones al proyecto del gobernador kirchnerista Carlos Rovira para reformar la Constitución provincial y habilitar su reelección de manera indefinida. La jubilación anticipada desde el Vaticano del principal referente de esa oposición —el obispo de Puerto Iguazú, Joaquín Piña— desató la última semana nervios y cruces de palabras como pocas veces. El más notable: el vocero del cardenal Jorge Bergoglio, Guillermo Marcó, acusó a Kirchner de "sembrar divisiones" en el país. La respuesta del Presidente tampoco ahorró furia. Pero ¿qué hay detrás de esta confrontación? ¿Y tiene retorno?
El conductor de la postura combativa de la Iglesia tiene nombre y apellido: Jorge Bergoglio. Como todas las cosas en la Iglesia, no es producto de una decisión apresurada, sino un proceso de reflexión de los obispos —con distintos grados de adhesión—, pero que entre los religiosos más espantados se sintetiza en el temor de que el país caminaría más hacia el modelo venezolano de Hugo Chávez —"Un modelo autoritario", dicen— que en dirección del brasileño de Lula da Silva.
Los obispos cargan con el trauma de no haber sido contundentes durante la dictadura —según Kirchner, cercanos a la complicidad—, pero no quieren volver a quedar en la historia como sumisos ante un panorama que los perturba. Saben, sin embargo, que el margen de maniobra es estrecho: detestan que se los quiera encasillar como opositores frente a la ausencia de una oposición fuerte. La militancia política abierta no es su campo, aunque el Gobierno hoy cree que sí.
De acuerdo a las consultas de Clarín entre los obispos, lo que está claro es que hoy no creen que deban encerrarse en los templos. El guiño al obispo Piña para enfrentar en las urnas el proyecto de reelección indefinida de Rovira —para eso se llama a una Constituyente—, fue un gesto que no provino sólo de Bergolio, sino de toda la conducción eclesiástica.
Las últimas reuniones de obispos fueron elocuentes. A muchos de ellos nunca les cayó bien el perfil de Kirchner —al que juzgan con rasgos autoritarios—, pero con el paso del tiempo fueron considerando, además, la conveniencia de dar pelea. Como en toda institución, aparecen los más duros y los más blandos; los que pegan y los que buscan componer. Fuentes cercanas a Bergoglio aseguran que —más allá de la foto que se sacaron en el homenaje a los palotinos desaparecidos, en abril— hace más de dos años que no habla con Kirchner. Y Bergoglio es la cara de la firmeza. El vicepresidente segundo del Episcopado, Agustín Radrizzani, y el titular de la Pastoral Social, Jorge Casaretto, son en cambio el rostro dialoguista. Pero la meta no deja de ser la misma: que el Presidente baje el nivel de confrontación y abra el diálogo.
La oposición a intentos reeleccionistas o hegemónicos en provincias kirchneristas debe leerse como una avanzada de esa estrategia. Y esto no escapa a los ojos del Gobierno, donde entienden que el caso de Misiones no es aislado (ver Para Kirchner...).
En ese contexto habló Guillermo Marcó, el vocero de Bergoglio. ¿Habló por las suyas o por indicación de su jefe, cuando acusó el martes al Presidente de "alentar odios y divisiones"? El miércoles, el Arzobispado tomó distancia de las declaraciones "estrictamente personales" de Marcó y el jueves, el vocero presentó la renuncia, pero Bergoglio, al menos por ahora, se la re chazó. Que quede claro: a Marcó se lo criticó en ámbitos eclesiásticos por imprudente, no por haber dicho algo distinto de lo que piensa la mayoría de los obispos.
Aun así, el Episcopado argentino no tiene un panorama interno totalmente despejado para desplegar su estrategia. A quienes sostienen la necesidad de extremar la prudencia y apostar al diálogo, se suma el frente con el Vaticano, un frente que la Iglesia argentina, curiosamente, comparte con el Gobierno de Kirchner, aunque por otros motivos. Si bien la reciente salida de la Secretaría de Estado del Vaticano del cardenal Angelo Sodano —que en su momento tejió fuertes lazos con el menemismo— fue un soplo de aire fresco para la mayoría de los obispos, persisten allí influyentes clérigos enfrentados con la conducción eclesiástica nacional y con Bergoglio. El principal oponente es el número dos de la Secretaría de Estado del Vaticano, el arzobispo argentino Leonardo Sandri.
Hay pruebas contundentes. Sandri despotricó por la supuesta falta de adhesión del Episcopado argentino al papa Benedicto XVI ante las polémicas que levantaron sus declaraciones sobre el islam (ver El Vaticano...). Pero hay un dato más categórico: el Episcopado argentino le había pedido por nota a la Santa Sede que no jubilara a Piña antes de las elecciones en Misiones, para no debilitar su candidatura. A pesar del pedido, el martes se anunció la negativa de Roma y Piña fue desplazado de su obispado de modo fulminante. Ni siquiera le permitieron quedarse hasta la llegada de su sucesor.
La elección del reemplazante de Piña fue una sorpresa: nombraron al religioso cordobés Marcelo Martorell, quien además de no abrevar en la corriente progresista de Piña, tuvo una estrecha relación con el empresario Alfredo Yabrán, fallecido en 1998. Clarín pudo establecer que Martortell es, además, muy amigo de Sandri, el más hostil de los funcionarios del Vaticano frente a la Iglesia argentina. Pero lo curioso es que también es amigo de Bergoglio, al que frecuentaba cuando el hoy cardenal era sacerdote en una iglesia cordobesa.
El Gobierno celebró como un triunfo la jubilación de Piña. Pero la alegría le duró poco. Ni bien se conoció su designación, Martorell salió a despotricar contra el proyecto de reelección de Rovira. La Casa Rosada activó todos los resortes para hacerlo callar. Pidió ayuda a más de uno con llegada a Roma. Pero comprobó que, más allá de la pelea entre Sandri y Bergoglio, el Vaticano no está dispuesto a hacerle gestos a un Presidente que en el 2004 decidió echar al obispo castrense, Antonio Baseotto. En fin, el Vaticano es un frente duro para ambos.
En la Casa Rosada y en el Episcopado saben que cualquier acercamiento será muy trabajoso y largo. Y depende de que Kirchner y Bergoglio se sienten, finalmente, a hablar. Por ahora, los demonios siguen sueltos.
http://www.clarin.com/suplementos/zona/2006/10/08/z-03615.htm
TODOS SOMOS CIUDADANOS PERO NO TODOS SOMOS DE LA IGLESIA CATÓLICA
QUE HAY DETRAS DE LA PELEA: UN CONFLICTO POLITICO QUE LLEGO A SU MAXIMA TENSION
La Iglesia insistirá en un rol crítico hacia Kirchner
La última semana hubo acusaciones cruzadas muy fuertes. Pero es sólo el principio. Los obispos están decididos a mostrar con gestos su disconformismo con Kirchner. Temen que avance en un proyecto hegemónico. Y el Presidente está seguro de que el cardenal Bergoglio articula acciones opositoras.
Sergio Rubín
La Iglesia decidió presentarle batalla a Néstor Kirchner. La estrategia combativa está en marcha y Kirchner lo sabe. Ya no serán sólo declaraciones críticas, sino también gestos que evidencien el cuestionamiento al estilo presidencial confrontativo, a su recurrente cuestionamiento al pasado y, perciben, a sus tendencias hegemónicas.
En ese esquema se comprende la última crisis pública entre la Iglesia y el Presidente. Una crisis que se inició con la oposición de los clérigos de Misiones al proyecto del gobernador kirchnerista Carlos Rovira para reformar la Constitución provincial y habilitar su reelección de manera indefinida. La jubilación anticipada desde el Vaticano del principal referente de esa oposición —el obispo de Puerto Iguazú, Joaquín Piña— desató la última semana nervios y cruces de palabras como pocas veces. El más notable: el vocero del cardenal Jorge Bergoglio, Guillermo Marcó, acusó a Kirchner de "sembrar divisiones" en el país. La respuesta del Presidente tampoco ahorró furia. Pero ¿qué hay detrás de esta confrontación? ¿Y tiene retorno?
El conductor de la postura combativa de la Iglesia tiene nombre y apellido: Jorge Bergoglio. Como todas las cosas en la Iglesia, no es producto de una decisión apresurada, sino un proceso de reflexión de los obispos —con distintos grados de adhesión—, pero que entre los religiosos más espantados se sintetiza en el temor de que el país caminaría más hacia el modelo venezolano de Hugo Chávez —"Un modelo autoritario", dicen— que en dirección del brasileño de Lula da Silva.
Los obispos cargan con el trauma de no haber sido contundentes durante la dictadura —según Kirchner, cercanos a la complicidad—, pero no quieren volver a quedar en la historia como sumisos ante un panorama que los perturba. Saben, sin embargo, que el margen de maniobra es estrecho: detestan que se los quiera encasillar como opositores frente a la ausencia de una oposición fuerte. La militancia política abierta no es su campo, aunque el Gobierno hoy cree que sí.
De acuerdo a las consultas de Clarín entre los obispos, lo que está claro es que hoy no creen que deban encerrarse en los templos. El guiño al obispo Piña para enfrentar en las urnas el proyecto de reelección indefinida de Rovira —para eso se llama a una Constituyente—, fue un gesto que no provino sólo de Bergolio, sino de toda la conducción eclesiástica.
Las últimas reuniones de obispos fueron elocuentes. A muchos de ellos nunca les cayó bien el perfil de Kirchner —al que juzgan con rasgos autoritarios—, pero con el paso del tiempo fueron considerando, además, la conveniencia de dar pelea. Como en toda institución, aparecen los más duros y los más blandos; los que pegan y los que buscan componer. Fuentes cercanas a Bergoglio aseguran que —más allá de la foto que se sacaron en el homenaje a los palotinos desaparecidos, en abril— hace más de dos años que no habla con Kirchner. Y Bergoglio es la cara de la firmeza. El vicepresidente segundo del Episcopado, Agustín Radrizzani, y el titular de la Pastoral Social, Jorge Casaretto, son en cambio el rostro dialoguista. Pero la meta no deja de ser la misma: que el Presidente baje el nivel de confrontación y abra el diálogo.
La oposición a intentos reeleccionistas o hegemónicos en provincias kirchneristas debe leerse como una avanzada de esa estrategia. Y esto no escapa a los ojos del Gobierno, donde entienden que el caso de Misiones no es aislado (ver Para Kirchner...).
En ese contexto habló Guillermo Marcó, el vocero de Bergoglio. ¿Habló por las suyas o por indicación de su jefe, cuando acusó el martes al Presidente de "alentar odios y divisiones"? El miércoles, el Arzobispado tomó distancia de las declaraciones "estrictamente personales" de Marcó y el jueves, el vocero presentó la renuncia, pero Bergoglio, al menos por ahora, se la re chazó. Que quede claro: a Marcó se lo criticó en ámbitos eclesiásticos por imprudente, no por haber dicho algo distinto de lo que piensa la mayoría de los obispos.
Aun así, el Episcopado argentino no tiene un panorama interno totalmente despejado para desplegar su estrategia. A quienes sostienen la necesidad de extremar la prudencia y apostar al diálogo, se suma el frente con el Vaticano, un frente que la Iglesia argentina, curiosamente, comparte con el Gobierno de Kirchner, aunque por otros motivos. Si bien la reciente salida de la Secretaría de Estado del Vaticano del cardenal Angelo Sodano —que en su momento tejió fuertes lazos con el menemismo— fue un soplo de aire fresco para la mayoría de los obispos, persisten allí influyentes clérigos enfrentados con la conducción eclesiástica nacional y con Bergoglio. El principal oponente es el número dos de la Secretaría de Estado del Vaticano, el arzobispo argentino Leonardo Sandri.
Hay pruebas contundentes. Sandri despotricó por la supuesta falta de adhesión del Episcopado argentino al papa Benedicto XVI ante las polémicas que levantaron sus declaraciones sobre el islam (ver El Vaticano...). Pero hay un dato más categórico: el Episcopado argentino le había pedido por nota a la Santa Sede que no jubilara a Piña antes de las elecciones en Misiones, para no debilitar su candidatura. A pesar del pedido, el martes se anunció la negativa de Roma y Piña fue desplazado de su obispado de modo fulminante. Ni siquiera le permitieron quedarse hasta la llegada de su sucesor.
La elección del reemplazante de Piña fue una sorpresa: nombraron al religioso cordobés Marcelo Martorell, quien además de no abrevar en la corriente progresista de Piña, tuvo una estrecha relación con el empresario Alfredo Yabrán, fallecido en 1998. Clarín pudo establecer que Martortell es, además, muy amigo de Sandri, el más hostil de los funcionarios del Vaticano frente a la Iglesia argentina. Pero lo curioso es que también es amigo de Bergoglio, al que frecuentaba cuando el hoy cardenal era sacerdote en una iglesia cordobesa.
El Gobierno celebró como un triunfo la jubilación de Piña. Pero la alegría le duró poco. Ni bien se conoció su designación, Martorell salió a despotricar contra el proyecto de reelección de Rovira. La Casa Rosada activó todos los resortes para hacerlo callar. Pidió ayuda a más de uno con llegada a Roma. Pero comprobó que, más allá de la pelea entre Sandri y Bergoglio, el Vaticano no está dispuesto a hacerle gestos a un Presidente que en el 2004 decidió echar al obispo castrense, Antonio Baseotto. En fin, el Vaticano es un frente duro para ambos.
En la Casa Rosada y en el Episcopado saben que cualquier acercamiento será muy trabajoso y largo. Y depende de que Kirchner y Bergoglio se sienten, finalmente, a hablar. Por ahora, los demonios siguen sueltos.
http://www.clarin.com/suplementos/zona/2006/10/08/z-03615.htm
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