2007-06-08

El sacerdote Vicente de Valverde emerge de las sombras y sale al encuentro de Atahualpa

Pizarro

16 de noviembre de 1532, Cajamarca

Mil hombres van barriendo el camino del Inca hacia la vasta plaza donde aguardan, escondidos, los españoles. La multitud tiembla al paso del Padre Amado, el Solo, el Único, el dueño de los trabajos y las fiestas; callan los que cantan y se detienen los que danzan. A la poca luz, la última del día, relampaguean de oro y plata las coronas y las vestiduras de Atahualpa y su cortejo de señores del reino.
¿Dónde están los dioses traídos por el viento? El Inca llega al centro de la plaza y ordena esperar. Hace unos días, un espía se metió en el campamento de los invasores, les tironeó las barbas y volvió diciendo que no eran más que un puñado de ladrones salidos de la mar. Esa blasfemia le costó la vida. ¿Dónde están los hijos de Wiracocha, que llevan estrellas en los talones y descargan truenos que provocan el estupor, la estampida y la muerte?
El sacerdote Vicente de Valverde emerge de las sombras y sale al encuentro de Atahualpa. Con una mano alza la Biblia y con la otra un crucifijo, como conjurando una tormenta en alta mar, y grita que aquí está Dios, el verdadero, y que todo lo demás es burla.
El intérprete traduce y Atahualpa, en lo alto de la muchedumbre, pregunta:
—¿Quién lo dijo?
—Lo dice la Biblia, el libro sagrado.
—Dámela, para que me lo diga.
A pocos pasos, detrás de una pared, Francisco Pizarro desenvaina la espada.
Atahualpa mira la Biblia, le da vueltas en la mano, la sacude para que suene y se la aprieta contra el oído:
—No dice nada. Está vacía.
Y la deja caer.
Pizarro espera este momento desde el día en que se hincó ante el emperador Carlos V, le describió el reino grande como Europa que había descubierto y se proponía conquistar y le prometió el más espléndido tesoro de la historia de la humanidad. Y desde antes: desde el día en que su espada trazó una raya en la arena y unos pocos de sus soldados muertos de hambre, hinchados por las plagas, juraron acompañarlo hasta el final. Y desde antes aún, desde mucho antes: Pizarro espera este momento desde que hace cincuenta y cuatro años fue arrojado a la puerta de una iglesia de Extremadura y bebió leche de puerca po no hallarse quien le diera de mamar.
Pizarro grita y se abalanza. A la señal, se abre la trampa. Suenan las trompetas, carga la caballería y estallan los arcabuces, desde la empalizada, sobre el gentío perplejo y sin armas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

imaynalla wayqe panaykuna, chay alqo castilla runakunata, chika chikamanta sipisunchis. yapamanta apunchiskunata k'ancharichisunchis. Tawantinsuyunchista wiñaypaq kallpachisunchis.

Anónimo dijo...

Observo que no hay espiritu de investigar la historia... de donde fuere.
Soy peruano, autodidacta y vicioso de la lectura y de sacar mis conjeturas.
Para su informacion, los de la Isla del gallo no estaban ni muertos de hambre, ni enfermos... no olvide que antes de venir a Peru... Pizarro (personaje historico que no es de mi agardo, asi como Simon Bolivar), era un caballero rico en Panama.