2006-09-06

LAS MUCHAS CARAS DEL FUNDAMENTALISMO

Por Sonia Corrêa

Desde los anos 70, cuando la revolución Iraní derrocó el Gobierno de Sha Reza Pahlavi y dejó a Ayatollah Khomeini en el poder, el mundo fue forzado a re­examinar la cuestión de la relación entre la religión y la política. El debate realizado desde entonces, en el marco de la ciencia política convencional, ha centrado su atención en los regímenes teocráticos del mundo Islámico, enfatizando que estos regímenes repre­sentan una ruptura con la tradición política moderna que separa los poderes políticos y el poder "divino". Este enfoque dejaba por fuera la creciente influencia que las fuerzas integristas religiosas empezaban a tener sobre muchos otros esta­dos que se auto definen como seculares, aún cuando sus constituciones contienen fuertes principios para garantizar la separación entre Estado y religión.

Mientras que Khomeini atraía, en el plan global, la atención de los medios como un líder del fundamentalismo Islámico, grupos integristas Pprotestantes y Ccatólicos ganaban una fuerte influencia sobre la política internacional y domés­tica de Ronald Reagan. Como resultado, desde entonces en los Estados Unidos el acceso al aborto se volvería una "anatema" y las mujeres que hacen abortos serían tratadas, crecientemente, como las "nuevas here­jes". Desde entonces se llevaron adelante ataques virulentos contra las clínicas de aborto y doctores que realizaban estos procedimientos. Varias clínicas fueron incendiadas y varios profe­sionales fueron asesinados. La posición fundamentalista de Reagan ganó mayor visibilidad inter­nacional en 1984, durante la Conferencia Internacional sobre Población en México, cuando EEUU suspendió su apo­yo al FNUAP, declarando que sus recursos eran desti­nados para la promoción del aborto.

Sin embargo, hasta la llegada de George Bush al poder, los politólogos y los medios de comunicación no dieron tanta atención a esos episodios como lo han hecho en relación al fundamentalismo Islámico. En los años 80, los efectos nefastos de las políticas de Reagan interesaron, casi exclusivamente, a los sectores involucrados con la planificación familiar y particular­mente a las feministas. Ya en 1984, la Red DAWN afirmaba en su primer libro que el fundamentalismo religioso y sus varias manifes­taciones -Islámico, Católico, Hindú, Protestante- cons­tituía una tendencia política, cuyos impactos serían de­sastrosos para las mujeres. Pasadas dos décadas, a pesar de la desatención de muchos, esta visión premonitoria se confirma dramática­mente: el fenómeno del fundamentalismo religioso se hace patente en los cuatro rincones del mundo. EI Talibán y los hechos del 11 de Septiembre, son nada más que las puntas del iceberg.

En su expresión religiosa, el fundamentalismo Islámico sentencia a muerte a las mujeres de Nigeria acusadas de adulterio. En India, lo que se denomina “fundamentalismo hindu” está en el origen de los conflictos comunitarios cuyo camino está plagado de masacres civiles. Hombres son victimas, sin duda, pero hay abusos sistemáti­cos a mujeres y niñas, como se ha visto en el genocidio de 2002 en el Estado de Gujarati. En América Latina, la jerarquía Católica y sectores protestantes movili­zan contra el uso del condón, desde hace ya algunos anos. Más recientemente la Iglesia Católica se ha dedicado a atacar el Protocolo Facul­tativo de la Convención para la Eliminación de Toda Forma de Discriminación en contra de las mujeres, afirmando que ese documento busca facilitar la legalización del aborto. En casi todos los países de la región los sectores de la jerarquía Católica, la Opus Dei y grupos evangélicos se oponen públicamente a políticas de salud sexual reproductiva y en particular, en contra los derechos de homosexua­les, lesbianas, transgéneros y travestis.

Así, como pasa en Estados Unidos, en nuestros países estas fuerzas vienen ganando poder político por la vía democrática. Procuran votos a través del control de los medios y a través de estrategias populistas, como la distribución de recursos para los pobres vía redes religiosas. En todos estos lugares donde prolifera, el fundamentalismo religioso busca enraizarse en aquellos sectores excluidos de las políticas públicas y logros económicos y especialmente entre hombres jóvenes desempleados. Sin embargo, en muchos contextos las muje­res también son protagonistas de la acción política fundamentalista, actuando como porta voces en defensa de la familia, la moralidad y la decencia.

Desde Septiembre de 2001, la "Guerra sagrada en contra el Eje del Mal” de George Bush es seguida diariamente en los medios de comunicación. Sin embargo, el público más amplio es informado sobre las políti­cas promovidas por los EEUU en el campo da la sexualidad como un elemento fundamentalista de la actual política externa de América del Norte. Esta polí­tica incluye el corte en los recursos para aquellas ONGs extranjeras que trabajan en temas relacionados con el aborto (la ley de la Mordaza), la coerción para que los programas financiados por USAID promuevan la abstinen­cia sexual como prevención del SIDA y desde el 2004, la adopción de una cláusula que obliga a los receptores de fondos del PEPFAR (programa norte-americano para combate al SIDA) a tener una posición pública contra la prostitución. El ataque a la prostitución también se manifiesta en los programa de USAID contra el tráfico y trata de personas. Desde el 2001, cualquier negociación global en las que participan los EUA ha sido negativamente afectada por esta “agenda moral”.

En este exacto momento (Mayo de 2006), cuando en Nueva York se está negociando la Declaración Política a ser adoptada por los países miembros de la ONU en ocasión de la revisión de cinco anos de la Sesión Especial de la Asamblea General para el HIV/SIDA, una de esas batallas diplomáticas está en curso. En esta oportunidad, ya no se trata solamente de que EEUU y sus aliados quieran imponer la agenda de abstinencia, de ataque a la prostitución y contra los servicios de salud sexual y reproductiva. Los países conservadores, bajo el liderazgo de EEUU, quieren impedir que el texto hable de los derechos humanos como una dimensión imprescindible de la respuesta a la epidemia y que mencione grupos vulnerables, pues en documentos anteriores esa terminología abarca a los homosexuales, trabajadoras sexuales, hombres que hacen sexo con hombres y usuarios de drogas.

Esa no es la primera vez en la historia en que el dogmatismo religioso produce atrocidades contra la sexualidad de las personas. Es suficiente retratar el efecto nefasto de la Inquisición Católica en Europa, pero también en América Latina. Historiadoras feministas han explorado a fondo sus impactos sobre la sexualidad y libertad de las mujeres. Estudios sobre la historia de la homosexualidad traen relatos dramáticossobre las hogueras en que se quemaron hombres y mujeres en España y Portugal hasta el siglo 18.

Pero no debemos hacer analogías simples. Son muy distintas y peculiares las características del fundamentalismo religioso contemporáneo. En el siglo 21 las “guerras sexuales “ – como las denomina Gayle Rubin en un texto clásico de 1984 – ya no son localizadas. Pero ocurren al mismo tiempo en muchos espacios: niveles locales en el Norte y el Sur del Ecuador y también en arenas públicas globales. Hoy se puede hablar de una intensificación de conflictos religiosos y sociales involucrando temas sobre la sexualidad.

Como subrayan Karen Armstrong y otros autores, un sesgo fundamental del fundamentalismo contemporáneo es que se presenta como una defensa de la tradición – del texto sagrado original – siendo al mismo tiempo un fenómeno totalmente moderno. Eso porque constituye una reacción a los cambios producidos por la “modernidad”, pero también porque no declinan el uso de las técnicas modernas – como los sistemas de información y comunicación – cuando se trata de diseminar sus ideas. El fundamentalismo contemporáneo está relacionado, sin duda, a las condiciones y sentimiento de incertidumbre producido por la globalización. Pero puede y debe también ser comprendido como una reacción al secularismo compulsivo que caracterizó muchas experiencias políticas a lo largo del siglo 20 y que sigue, por ejemplo, vigente aún hoy en China. Por esa razón Jaques Derrida dejó como legado la idea de que el fundamentalismo de nuestros tiempos es un retorno melancólico (y violento) de la religión.

Son, por lo tanto, múltiples y complejos los frentes conceptuales y políticos en los cuales debemos colocamos para contrarrestar los im­pactos dañinos del fundamentalismo religioso. En el marco de ese mismo desafío está la tarea crucial de reincorporar la defensa del esta­do laico en nuestras agendas políticas cotidianas. Quizás más aún: estamos frente al reto de volver a fundar las mismas bases de la laicidad que nos fue legada por las revoluciones del siglo 18.
Pero esto no es todo. Al comienzo de este nuevo milenio nos enfrentamos a otras expresiones de! fundamentalismo que, aunque no son religiosas, están caracterizadas por la intransigencia de un pensamiento o una verdad abso­luta.

Una de las expresiones más conocidas es la del "fundamentalismo del mercado". Los medios de comu­nicación atribuyen la invención de este término a George Soros, aún cuando hayan sido las economistas feministas las que han elaborado esta terminología a mediados de los anos 90. El fundamentalismo del mercado significa un apego dogmático a los principios de la economía neoliberal o, en otras palabras, la "creencia" en un Modelo Económico Único que puede y debe ser aplicado a todo el mundo. Esta "creencia" inhibe el reconocimiento de los proble­mas y las crisis que emergen de la implementación de este modelo y de las diferencias contextuales e institucionales que, en gran medida, determina la desempeño de las economías nacionales.

Finalmente, pero no menos importante, es necesario reconocer y cuestionar las manifestaciones del "fundamentalismo" que están presentes en nuestros propios campos de actuación política. Hablo de posiciones dogmáticas que hoy día pueden ser observadas en el ámbito de las políticas comunitarias y de identidad, incluidas ahí las dinámicas de la llamada política sexual. Aunque la motivación de estas expresio­nes políticas contemporáneas no sea religiosa, en muchos casos ellas reproducen pensamientos e instigan principios fundamentalistas negando el diálogo y el reconocimien­to de alternativas inherentes a las políticas democráti­cas.

Por lo tanto, al comienzo de este nuevo milenio, debemos alertar y estar atentas al fundamentalismo reli­gioso que afecta las grandes políticas y a las tentacio­nes más sutiles del fundamentalismo económico y polí­tico, teniendo en cuenta que este ultimo desafortunada­mente esta latente en nuestros propios quehaceres.

*Una primera versión de ese documento fue originalmente preparada para la revista “Bocas no Mundo, que publica La Articulación de Mujeres Brasileñas, AMB en el 2004, esa versión fue publicada nuevamente en el Suplemento Especial de DAWN Informes para el Foro Social Mundial de Mumbai..


http://www.ciudadaniasexual.org/boletin/b19/articulos.htm

Sobre la autora
Sonia Corrêa, es de Brasil y se desempeña como Co- Coordinadora del Grupo Internacional para Sexualidad y Política Social y Coordinadora de la Red DAWN para las Investigaciones en Salud y Derechos Sexuales y Reproductivos.

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