2007-02-23

La gran mentira de la defensa de la vida

http://www.prensa.com/hoy/opinion/898083.html
Diario de Panamá

ABORTO.

La gran mentira de la defensa de la vida
Ángela Figueroa Sorrentini

La jerarquía de la Iglesia católica alega que condena el aborto porque es, y ha sido siempre, una defensora de la vida. Eso es demostrablemente falso. La evidencia abunda; por ejemplo, su papel en la danza macabra de cruz y espada que fue la colonización de nuestra América, la Santa Inquisición, las cruzadas, la doctrina de las "guerras justas", su colaboración con dictaduras sangrientas como las de Pinochet y Somoza y el silencio cómplice ante el avance del nacional socialismo y su "solución final".

También es falso que la posición que mantiene la Iglesia en la actualidad sea la misma de siempre. La postura actual la sostiene desde 1869- desde anteayer si se toma en cuenta 2,000 años de existencia de la Iglesia. Por más de mil ochocientos años la Iglesia sostuvo que el feto no se convertía en humano en el momento mismo de la concepción, basándose en la creencia aristotélica de que el alma humana entraba al feto entre los 40 (varón) y 90 (hembra) días de la concepción. De ahí que la Iglesia no consideraba un crimen lo que hoy llamamos aborto en el primer trimestre. En adición, durante siglos, la Iglesia se limitó a condenar los abortos en que el embarazo resultaba de un acto de prostitución o de una relación adúltera. La Iglesia de entonces era honesta en su discurso: condenaba el aborto por constituir, a su juicio, un delito sexual, ya que desligaba el sexo de "su razón de ser": la procreación.

No está de más agregar que la Iglesia carece de, lo que el obispo Joseph Bernardin de la Diócesis de Chicago llamó, una ética de vida consistente. Mantener una posición pro vida requiere mucho más que un compromiso con los no nacidos; hay que ser pro-activo también en la defensa al derecho de la vida de quienes ya han nacido. Y la Iglesia no lo es. Ejemplos abundan de indiferencia, silencio cómplice e, incluso, apoyo a guerras y otras formas de violencia ejercida por los estados, a la violencia contra la mujer, a la violencia del capitalismo salvaje con maquillaje de nuevo siglo. ¡La pobreza mata, señores del clero! Según las últimas cifras de Naciones Unidas, mata a ritmo de 18 mil niñas y niños al día por hambre y desnutrición. ¿Dónde está la indignación de la Iglesia con los propulsores de las políticas neoliberales que están sembrando una miseria creciente y sistémica en el país y en el mundo? ¿Con los corruptos que desvían a sus cuentas privadas dineros públicos, ocasionando la muerte de los más pobres y vulnerables, de manera tan certera, como si halaran el gatillo? ¿Por qué no los excomulgan? ¿Por qué no los denuncian? ¿Por qué no los nombran como lo que son: asesinos? Sería una posición mucho más consistente con las enseñanzas del Jesús bíblico que sus vociferantes campañas contra la mujer y su compromiso, siempre lite, con los pobres.

Además, si en verdad se tratara de defensa de la vida, la Iglesia reconocería que en el tema de los embarazos no deseados hay dos entes en la balanza: la vida en potencia que representa el feto y la vida real y verificable de la mujer embarazada. La evidencia demuestra que las mujeres se hacen abortos, sean estos legales o no, y sin importar la severidad de las penas. Demuestra también que la única diferencia significativa entre países que penalizan y países que no penalizan el aborto, es el número de mujeres que mueren anualmente, y las que sufren grave daño a su salud, como consecuencia de abortos practicados en pésimas condiciones médico-sanitarias. La pregunta forzosa entonces es: la defensa de qué vida, ¿la vida potencial del feto o la vida real de la mujer? Quienes defendemos la despenalización del aborto estamos asumiendo una postura de defensa de la vida de la mujer. ¿O es que sólo los hombres y los fetos tienen derecho a la vida?

Hay quienes se preguntan, con bastante indignación, cómo puede su iglesia condenar el uso de anticonceptivos, cuando su uso evitaría la necesidad de muchos de los abortos que se realizan. Pero la Iglesia está siendo brutalmente consistente en su posición. Porque no se trata de salvar vidas; ese nunca ha sido el tema. La Iglesia se opone al aborto y al uso de anticonceptivos porque sigue viendo el sexo sin fines procreativos como algo pecaminoso y, en una mujer, peligroso. Tanto el capitalismo como el patriarcado requieren el control de la sexualidad de la mujer; la Iglesia es parte del entramado para asegurar ese control.

Me pregunto hasta cuándo, creyentes y no creyentes, permitiremos que la Iglesia le imponga sus puntos de vista a toda la sociedad a través de los poderes del Estado. Las creencias religiosas son actos de fe, que deben ser vinculantes sólo para quienes deciden, por voluntad y convencimiento propio, adoptarlas. Las leyes, en cambio, son de cumplimiento obligatorio para todas y todos. Hay que exigirles a diputados y diputadas que no sigan violando el mandato constitucional de libertad de culto y el principio, implícito en toda democracia, de estricta separación de iglesias y Estado. Por favor, que practiquen sus principios religiosos en sus iglesias, que las apliquen en su vida privada, pero ya basta de utilizar sus puestos públicos para imponerle a toda la sociedad sus creencias religiosas. Recuerden que estamos en el siglo XXI ¡y con aspiraciones a irrumpir en el primer mundo!

La autora es socióloga

No hay comentarios.: