2007-04-17

Ocultado de la Historia: El Holocausto Canadiense

(...)

"Cuando estaba en segundo curso solíamos oír historias sobre las niñas que quedaban preñadas en la otra ala del edificio. Se quedaban embarazadas, pero jamás tenían a sus hijos, ¿me entiende? Parece ser que traían a alguien del pueblo para que les hiciera los abortos, me temo. Solíamos oír lo que ocurría. Era terrorífico oír cómo se abría el incinerador tras las operaciones. Oíamos un gran chasquido cuando se abrían las portezuelas del horno de incineración; todos sabíamos que se estaban deshaciendo de las pruebas... Me pregunto a cuántas personas habrán incinerado en aquél horno.”


Edy Jules, superviviente de la Escuela Residencial Católica Kamloops (1969-1977), citado en A puerta cerrada: crónicas de la Escuela Residencial India Kamloops (Secwepemc Sociedad Cultural Educativa, 2000)


Preámbulo a la segunda edición de

Ocultado de la Historia: el Holocausto Canadiense

Kevin Annett – Eagle Strong Voice

Cuando abordé la redacción de la primera versión de este libro, en el otoño de 1999, no podía sospechar la repercusión que tendría entre las comunidades aborígenes a lo largo y ancho de Canadá. Resulta gratificante ver que la labor está sirviendo para confortar la vida de gentes desconocidas, y cabe incluso que para salvarlas. Según las palabras de una mujer de la Nación Haida, en la carta que me remitió el 4 de septiembre de 2004,

“Quiero hacerle llegar mi agradecimiento por lo que está haciendo por los Pueblos Indígenas. Un buen día me hice con una vieja copia de su libro que cambió el curso de mi vida. Soy una superviviente de la escuela residencial de la Iglesia Unida en Port Alberni. Jamás he podido hablar de lo que allí me ocurrió. Me entraban ganas de suicidarme sólo de pensarlo. Simplemente, lo que viví allí no tenía nombre, hasta que leí su libro. Vi cómo mis amigos morían asesinados a base de palizas, por inanición, y, aún así, era incapaz de encontrar un nombre para lo vivido. Pensaba que todo aquello era normal. Luego, leí Ocultado de la Historia y por fin pude pronunciar la palabra: Genocidio. Se trataba de aniquilarnos a todos. Y no soy la única. En nuestra reserva lo hemos leído todos, y, hoy, por fin, algunos estamos empezando a hablar. Nos está ayudando a erguir la cabeza y contarlo todo”.

El término Genocidio es un bonito eufemismo de la aniquilación en masa. La cruda realidad de los niños y niñas que murieron víctimas de la tuberculosis, de hambre, o, más recientemente, de palizas y latigazos, o en la silla eléctrica, debiera permanecer bien presente en nuestras conciencias y en nuestros corazones cada vez que se aluda al “genocidio” o a las “escuelas residenciales Indias”, a lo largo de estas páginas.

Desde su publicación el 1 de febrero de 2001, cientos de comunidades indígenas han compartido y difundido este libro en todo Canadá, y también en el resto del mundo. Se ha traducido al castellano y al francés y ha llegado hasta los Pueblos Mayas que habitan en pequeños poblados en el norte de Guatemala. Pese a su tácita prohibición en los círculos académicos “oficiales”, Ocultado de la Historia se halla en las bibliotecas de varias universidades canadienses y estadounidenses. La Biblioteca Británica también cuenta con un ejemplar desde el año 2002, y Nelson Mandela recibía una copia el mismo año.

La repercusión de la primera edición ha llevado a la segunda, sobre todo, porque, conforme lo han ido leyendo los supervivientes de las infames “escuelas residenciales indias”, han ido emergiendo un buen número de supervivientes dispuestos a relatar en primera persona sus tragedias y los episodios de tortura y muerte de amigos y familiares en dichos centros. Han ido saliendo a la luz numerosas pruebas de Genocidio en Canadá de las que esta segunda edición da fiel constancia.

Ocultado de la Historia es una eclosión de veracidad y revelación del Secreto más Execrable de Canadá: el exterminio sistemático de los Pueblos Aborígenes, desde Labrador hasta la costa oeste de la Isla de Vancouver.

El binomio Iglesia-Estado fue el artífice de esta masacre que segó la vida de millones de personas para imponer una doctrina genocida de la supremacía racial calcada del Nazismo. Ésta concebía y practicaba un solo credo: todo aborigen, mujer, hombre o niño que se resistiera a su propia aniquilación cultural, o a la confiscación de sus tierras, debía ser exterminado. El eufemismo, y palabra clave, para aludir a este genocidio en Canadá es la “asimilación”, tras la cual se oculta la doctrina de la supremacía de la Cristiandad europea, de su progenie y del capitalismo corporativo.
(...)

El Genocidio va siempre ataviado de una lexis y una praxis que disfrazan los verdaderos hechos e intenciones de los asesinos. El exterminio Nazi de los pueblos judíos, eslavos, y demás víctimas europeas, se vio eclipsado por la Segunda Guerra Mundial, y la guerra civil de Bosnia, Ruanda, y demás lugares, también han eclipsado sus respectivos genocidios. En Canadá, la aniquilación aborigen se llevó a cabo tras la fachada de legitimidad con la que se revistieron las escuelas residenciales, y la mal llamada “educación” de gentes “incivilizadas”. Y el disfraz fue tan integral y efectivo que, a fecha de hoy, la mayoría de los canadienses son incapaces de ver más allá del sofisticado manto de falsedad y aparente “benevolencia” tras el que se han escudado las escuelas residenciales y su propósito criminal.

Las escuelas se crearon bajo este manto de falsedad para que las muertes y las atrocidades perpetradas intramuros pudieran ser encubiertas, y, llegado el caso, explicadas y justificadas. En efecto, esto se traducía en una política de exterminio premeditado y constante, bajo la administración legal de las así llamadas instituciones “fiables y respetables” del país: las principales iglesias protestantes y católicas.

La clave de este ardid radica en que el sistema en su conjunto recibió la bendición oficial de todos los estamentos de la jerarquía eclesiástica que las gobernaba y del gobierno que lo autorizó. Porque, sólo con esa connivencia y adhesión para con el asesinato legal, los empleados de bajo rango pudieron perpetrar dichos crímenes con semejante impunidad, para luego ocultar las pruebas y los cadáveres durante tanto tiempo, sin temor a ser procesados y condenados por ello.

Dada la sofisticación de todo este entramado de crimen organizado e institucionalizado, un sistema que se arroga la legitimidad de esa manera jamás podrá procesarse a sí mismo, ni cuestionar sus propias premisas e instituciones, porque como bien dijera Simon Wiesenthal,

De un régimen que justifica oficialmente el asesinato no cabe esperar ni arrepentimiento ni disculpas”.

(...)

http://www.hiddenfromhistory.org/pdf/Ocultado_de_la_Historia_II.doc.